Elisa no puede respirar: se ahoga encerrada entre cuatro paredes. Elisa es un espíritu libre, un animal salvaje que no puede, no quiere ni sabe vivir en cautividad. Elisa necesita salir al mundo para volver a respirar.
Los últimos rayos de sol de la primavera ‒o los primeros del verano, según se mire‒ se cuelan entre las frondosas ramas de los árboles y la buscan. El inquieto y portentoso sol de mediodía busca la delicada piel de sus esbeltas y largas piernas desnudas. Las hormigas corren curiosas por sus pies descalzos y tumbada sobre la fresca hierba húmeda, sonríe al sentir esa suave brisa cálida de primavera en la cara.
El brioso tamborileo de los dedos sobre su vientre acompaña el hipnótico y animoso arrullo del agua de una fuente cercana. Elisa quiere aprender a dejar la mente en blanco, pero cuando por fin siente que lo ha conseguido, se sorprende pensando en ello. ¿Será que su mente es demasiado traviesa para ceder a sus ambiciosas e idílicas pretensiones? Sea como fuere, Elisa es feliz. En ese preciso instante y en ese precioso lugar, Elisa es feliz. Solo así, en su remanso de paz particular, siempre sola y en silencio, Elisa se siente libre: libre para ser, sentir y vivir sin cortapisas, sin miedos ni inseguridades.
Ahora sí, por fin Elisa puede respirar. Elisa respira. Elisa se siente viva otra vez.